Placeres, placeres, placeres y entre éstos están una taza de café con un leve toque de leche y una barita de incienso junto a la ventana con un clima un tanto frío como los que ahora amanecemos, con la luz del sol tratando de salir y las nubes moviéndose para dejarlo pasar, donde a pesar de la hora se pierde la noción y en mi caso particular espero las 6.
Es acá dentro de mis cotidianos ingresa ese brebaje caliente y ahora un tanto más intenso dentro de mi paladar. Causante de ese disfrute que dura talvez segundos pero que trato de retenerlo dentro de mi boca lo más que se pueda, porque el primer sorbo de un buen café es el causante del delirio y esa sensación intensa que me llega hasta el cerebro y me hace desconectarme, sumergiéndome únicamente en el sabor. Claro, he de aclarar que no es cualquier tipo de café, dejando completamente afuera al instantáneo, ese polvo deshidratado mal maquinado que viene en tarros a granel que saborizan y a leves ratos saca algún olor a lo que en vida fuera un grano de café. Porque últimamente disfruto tanto sentarme a ver a través de la ventana, pensar en cosas no tan elaboradas, tomar a sorbos café, dejarme llevar por la música y sentir el aroma que despide el incienso que ahora enciendo cada vez que llego a mi casa, antes he de confesar que era para limpiar vibras, ahora pues con el único fin de disfrutar el aroma y la soledad.
Es realmente increíble, por lo menos para mí, lo que me provoca esta combinación de gustos, un estado de relajamiento, dándome una corriente eléctrica leve por el cuerpo haciéndome descansar y animarme a continuar en este gran ciclo que he decidido continuar.
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