Podría decir que pocos consejos he recibido de ella, con ésto me refiero a consejos como tales, con nombres y apellidos, muy diferentes a las constantes enseñanzas de vida que en cada minuto compartido y/o a la distancia me cubren la piel y los pensamientos.
El sábado por la mañana, mientras platicábamos, nos atiborrábamos de dulce y café en uno de sus restaurantes favoritos, me contaba por tercera o cuarta vez, la historia de mi abuelo y el camión, sonreía y asistía, tratando de actuar cierta sorpresa al escucharla, porque ella finalmente no recuerda que la historia ya ha circulado dentro de nuestras conversaciones. Mientras lo hacía, yo deboraba un pedazo de cubilete de chispas de chocolate y ella trataba de no distraerse con mi manera tan particular de comer, se detuvo, soltó la taza de café, para decirme con un tono muy firme, seguro y con sus ojos grises con café, conectados a los mios: