Sobre esta loza de concreto, los últimos días he pensado mucho, tanto que no recordaba cuando fue la última vez que lo hice, me había vuelto un tanto mecánico y pues en ocasiones sentimental sobre el futuro que no esperaba pero que me esperaba de igual forma a la vuelta de la esquina. Pero derepente, sin saberlo, estas divagaciones son interrumpidas por ese ruido fuerte y contundente, muy similar a una especie de taladro acompañado por un par de risas, mientras la atmosfera se inunda de humo de cigarro y se mezcla todo, entrelazándose con la transmisión de un partido de futbol que al parecer no tiene fin.
Mientras caen las brocas, se escucha apretar algo oxidado y viejo, abro levemente un ojo para ver que es ese ruido, es allí cuando mis sicarios de pasatiempo colocan un fierro con bastantes filos que brillan tan fuerte que me obligan cerrar fuertemente los ojos, acción que es interrumpida con leves punzadas en lugares equívocos de mis costillas, no sé que buscan pero no logran determinar en que posición quieren perforar, es cuando discuten y deciden ir a la otra sala, donde se encuentra un viejo bastante pasado de peso, con vellos en las orejas, los dedos picados de tanto cigarro y el aliento que no deja de empañar el vidrio del aparador donde tienen expuestos un par de alicantes, frascos amarillos con restos de intestinos y varios afiches de jugadores de futbol.
En uno de sus tantos intentos, alcanzaron abrir más que la piel, me llama la atención porque siento que sale una especie de baba que me humedece la piel, muevo el brazo e introduzco mi dedo en el agujero, mi dedo índice entra sin mayor esfuerzo. Me detengo no por el dolor sino por la falta de éste, no sé si el sentido del tacto de mis manos ha dejado de funcionar o en mis interiores ya el dolor no tiene más cabida. Pero eso no me detiene, sigo escarbando los bordes con los restos de mi uña mal arrancada hace unos días con un alicate, las razones, posiblemente me las dieron pero ahora que lo pienso las he olvidado. Rasco y vuelvo a rascar sin parar, sale una sustancia espesa y un tanto gelatinosa, abriendo mucho más espacio, quitando las costras de sangre que llevo como ropa desde que estoy acá.
La puerta se abre abruptamente, tan fuerte que tiemblan los vidrios de las pequeñas ventanas que acondicionan la sala, ingresando tras el ruido a madera podrida, el viejo regordete que asumo es el jefe, con una chaqueta llena de restos de comida, cubierta por una bata lo suficientemente gris para poder asegurar que alguna vez fue blanca, con un gafete ilegible colgándole sobre su peludo y rancio pecho, mientras camina pesado, hace que sus zapatos crujan y el suelo tiemble levemente mientras deja a su paso restos de galletas mal comidas y colillas de un cigarro mal elaborado, es entonces que me toma con una sola mano por el cuello despegándome como calcomanía, me saca el dedo del agujero que por la rapidez no logro sacar y me cuelga de un sólo golpe en un gancho de metal junto con otros restos de carne mal oliente y moscas azules.
Cierro fuertemente los ojos, trabo la mandíbula del dolor que siento en todas las vertebras hasta la punta de los dedos de los pies, el gancho me tiene agarrada la médula espinal. Mientras siento como un par de lágrimas se me deslizan por el rostro, creo que estoy triste, eso de pensar me da tanta nostalgia...
*Imagen: google.com
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