donde el viento manchaba la distancia del trigo
y asombradas poleas de sol daban vuelta la tierra.
Hace tiempo la lluvia rechinaba sus ejes cristalinos,
y las piedras tenían en su color un vuelo de palomas,
mas, a tantas vocales resumidas del llanto
y a tanta arteria huyendo su salvaje guitarra...
quiero estar en el éxodo de mis últimas moléculas
para morder la soledad del humo,
los infolios del frío,
mientras las casas gritan hasta el musgo
y la mujer que aborta centrífuga el planeta.
Es atroz este cielo, esta tierra
en su encéfalo turbio de alborada:
universidades del otoño
concurridas de tarde por un viento docente,
cernidor de los pájaros salvajes.
Si pasáramos lista a los decesos,
si de pronto calzáramos la sangre
con el álgebra aguda del dormido
y, hasta el silencio aquél que en telaraña azul
atrapaba los astros, camináramos
con epidermis ronca, hacia la muerte:
enmohecida de tisis cantáramos la voz y el hombre
aquel restituído que olvidamos,
abriéranos las manos y saludáranos
dentro su sangre.
Ahora, ¿a quién odiar, para quién maldecir,
hiriéndolo de esputo y fiebre...?
Sollózanos el luto sin ser dado y el oxígeno
enorme que doblamos
cuando desenterrados nos encuentra la muerte.
Horrible es esta muerte llevada a cabo en vida.
Tu pequeña palabra hoy me amanece: te saludo
desde el crimen del mundo, desde el humo
submúltiplo de cien,
desde la tuerca ronca,
desde el metal que ya conoce el aire,
desde la tos más roja que ya conoce el suelo.
Salúdote. ¡Y he aquí mi mano,
mi mano numeral, mano de pueblo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario