Dentro de un maraña de gente, dentro de esa cola infernal que ahora toma hacer una sencilla operación, dentro de ese millón de posibilidades en ser ignorado, dentro de ese atmósfera de sustancia que te acalora, dentro de ese enjambre de segundos sin corresponder, dentro de ese infinito de nuestro cotidiano inmediato. Salgo de esos adentro en los cuales he sido tragada por decisiones favorables, por decisiones tomadas por otros, por decisiones sin tomar y por decisiones mal tomadas.
Y soy expulsada tal cual proyectil, sin casco y sin un seguro de vida, a esa realidad cruda, donde se tejen los hilos de la nostalgia, soledad, amor y pues lo irreal que nos puede sonar. Para empezar a correr, un pequeño tramo que me toma más de dos noches alcanzar, para encerrarme de nuevo en esa lata que proyecta en sus ventanas los puentes que se mecen para no ver a los que juegan bajo de ellos.
Cierro apresuradamente la puerta, cerrando una vez de tantas las ventanas, apagando el reproductor y recostándome en esa esponja asoleada que lo amuebla. Sin tanta ceremonia, desconectando mi presente, recuerdo, recuerdo y vuelvo a recordar, esos pedazos que aun no tienen eslabones que los unan, porque se han perdido entre tanto vano absorbido pero eso no es lo que me ha llevado hasta acá, hasta la vuelta de las ansias de crecer donde el tener se ha cajeado por un papalote que no para de volar y que por las noches brilla más fuerte que todas las estrellas.
Sin cubrirme la cara con las manos, eso ya también lo he dejado, ahora sencillamente empujo desde adentro mis sentimientos para que retocen, se ejerciten y pues solventemos esos amores incomprendidos que aun me llenan las venas. Porque el sencillo sentimiento me ha vuelto junto con los recuerdos de lo absurdo para mi, donde mi verdad no permite otra cosa que mi pensar, donde me choca ver las cosas como suceden y que a pesar que me esfuerce el río seguirá sido robado por los que lo enlatan. Dándole cabida ahora a los puntos sin espacio, a las comas sin pausas y a la expresión prostituida por preguntas vanas restándoles importancia a esas interrogantes que nos inundan como ola en pleno invierno, donde se encuentra tomada por la humedad y el humano que chapotea se ha alejado de las playas, dejando la luna a sus espaldas. Porque de algo si estoy conciente…que esto que tanto me toma me seguirá hasta después de mi muerte.
Mientras lloro recostada, hasta morir seguirán esas preguntas que nos invaden a unos pocos y algunos recordamos cada vez que las situaciones siguen reproduciendo al niño jugando con la lata, soñando que es una pelota; reproduciendo al “intelectual” usando sus libros para dividirnos; reproduciendo a las señora que finge por no decir que ya no le agrada; reproduciendo al que madruga para lograr llenar sus ollas con aguas que no sean tan turbias como su destino; y la lista crece, ya que se alimenta con más de un dólar al día.
Para entonces los extraños se acercan, quebrando vidrios y sacándome, alentándome, hidratándome y uno que otro por no decir otra sanando donde la herida vuelve. Entonces me oprimo el pecho, enjaguándome con los restos de esa sustancia que no son lágrimas que me humedecen la cara para lograr llamar a aquellos locos de amor y enamorados de la vida, que se dicen llamar sentimientos para que se sosieguen y entiendan lo que tanto no deja de preocuparles y luchar. Resistiéndose, entre otros forcejeos y juegos, respiramos unidos, ellos dentro de mi, con la luz dentro de mi, a pesar, a pesar y creo que es necesario afirmarlo, no para engañarme sino para no perder el piso, a pesar que seguimos en esta oscuridad infinita.
Y soy expulsada tal cual proyectil, sin casco y sin un seguro de vida, a esa realidad cruda, donde se tejen los hilos de la nostalgia, soledad, amor y pues lo irreal que nos puede sonar. Para empezar a correr, un pequeño tramo que me toma más de dos noches alcanzar, para encerrarme de nuevo en esa lata que proyecta en sus ventanas los puentes que se mecen para no ver a los que juegan bajo de ellos.
Cierro apresuradamente la puerta, cerrando una vez de tantas las ventanas, apagando el reproductor y recostándome en esa esponja asoleada que lo amuebla. Sin tanta ceremonia, desconectando mi presente, recuerdo, recuerdo y vuelvo a recordar, esos pedazos que aun no tienen eslabones que los unan, porque se han perdido entre tanto vano absorbido pero eso no es lo que me ha llevado hasta acá, hasta la vuelta de las ansias de crecer donde el tener se ha cajeado por un papalote que no para de volar y que por las noches brilla más fuerte que todas las estrellas.
Sin cubrirme la cara con las manos, eso ya también lo he dejado, ahora sencillamente empujo desde adentro mis sentimientos para que retocen, se ejerciten y pues solventemos esos amores incomprendidos que aun me llenan las venas. Porque el sencillo sentimiento me ha vuelto junto con los recuerdos de lo absurdo para mi, donde mi verdad no permite otra cosa que mi pensar, donde me choca ver las cosas como suceden y que a pesar que me esfuerce el río seguirá sido robado por los que lo enlatan. Dándole cabida ahora a los puntos sin espacio, a las comas sin pausas y a la expresión prostituida por preguntas vanas restándoles importancia a esas interrogantes que nos inundan como ola en pleno invierno, donde se encuentra tomada por la humedad y el humano que chapotea se ha alejado de las playas, dejando la luna a sus espaldas. Porque de algo si estoy conciente…que esto que tanto me toma me seguirá hasta después de mi muerte.
Mientras lloro recostada, hasta morir seguirán esas preguntas que nos invaden a unos pocos y algunos recordamos cada vez que las situaciones siguen reproduciendo al niño jugando con la lata, soñando que es una pelota; reproduciendo al “intelectual” usando sus libros para dividirnos; reproduciendo a las señora que finge por no decir que ya no le agrada; reproduciendo al que madruga para lograr llenar sus ollas con aguas que no sean tan turbias como su destino; y la lista crece, ya que se alimenta con más de un dólar al día.
Para entonces los extraños se acercan, quebrando vidrios y sacándome, alentándome, hidratándome y uno que otro por no decir otra sanando donde la herida vuelve. Entonces me oprimo el pecho, enjaguándome con los restos de esa sustancia que no son lágrimas que me humedecen la cara para lograr llamar a aquellos locos de amor y enamorados de la vida, que se dicen llamar sentimientos para que se sosieguen y entiendan lo que tanto no deja de preocuparles y luchar. Resistiéndose, entre otros forcejeos y juegos, respiramos unidos, ellos dentro de mi, con la luz dentro de mi, a pesar, a pesar y creo que es necesario afirmarlo, no para engañarme sino para no perder el piso, a pesar que seguimos en esta oscuridad infinita.
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