lunes, 8 de octubre de 2012

Por la tarde

Bajo los vidrios y la música se confabula a mi encuentro, la calle es ancha, los autos se cierran y yo juego con ellos entre malabares y monólogos con vos que me salís del pecho con el color sin nombre y con tanta euforia.  No espero nada, bueno para que mentir sigo sintiendo esa gana del golpe certero, único y sacarte para que todo sea blanco, como lo he deseado.

El cielo se ve hermoso, siempre me lo decís, esa gana tuya de jugar con las nubes y hacer bandas de músicos que sacan acordes de espuma y arcoiris.  Los anuncios se vuelven una masa en tonos escamosos, los sé de memoria y hago adivinanzas de cuál será el siguiente.  La música se repite como un rezo en misa que no se calla y que nadie duda, la diferencia es que acá se siente y mueve hasta los riñones.  A breves lapsos suelto los brazos, recuerdo algún mal verso y me prometo que lo voy a recordar, sin éxito alguno, dejado a la orilla del pavimiento. 

¡Escuchá!, grita alguien fuera, el cinturón se afloja y nada pasa, otro truco tuyo para hacer que baile con vos en medio de la nada.  El frío cala, el agua se siente entrar a las afueras de la ciudad y los volcanes sin dudar se dejan coger por la neblina que les enamora justo a esta hora.  Árboles que me llevan como aquellos pájaros amarillos que se burlan del tráfico en plena hora pico.  La cinta rosa que se cae por los hombros, sostiene éso que te sabe a vainilla y un poco a dejades, me viene a la mente. 

La cuestión es cambiar de lado y el horizonte sea otro, leí hace unos días, ahora no recuerdo dónde pero la frase me suena constante.  La velocidad ha llegado al límite, el descuido intencional me provoca a no virar para seguir a la loma y sacar el reloj que guardás bajo la almohada, finalmente.  Las sombrillas se abren, la masa se llena de colores y diseños para que el mundo se refleje en el vidrio de la ventada de la casa de enfrente donde el niño regordete espía al resto y poder ser aunque sea el policía de la franja de tiempo en el área verde que no es ni la cuarta parte de los sueños de la niña que le tiene miedo al pasamanos y a las hormigas.  Mientras yo sigo jugando al avión, viéndote comerte mis manos y partes de mi pulmón que según vos es salado por tanto estanque prestado.  

"Vamos caminando", dice la canción mientras recuerdo a los Espantasueños que ocupan y someten cuando se aburren de alquilar tierras, cortar alas y falsificar discursos luego de ser electos.  No son ni las seis y no pienso regresar, ese impulso que provoca el atardecer para el resto y para mi un par de horas para ser y perderme con vos.  Miles de fueguitos cubren la planicie, se apoderan del azul y sin dudar el agua se esfuma por donde vino.  

"Ya estuvo", le gritan a la pandilla del barrio, luego de quejas de un solo golpe todas las puertas se cierran, incluyendo la mia.

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