Se llaman a los sentimientos y nos conducen a las sensaciones. Cada noche suena bajo un piano fino y casas con puertas cerradas con llave hacía la nada y encierran las historias que sólo viven de día en horario de oficina.
El alumbrado público se cae, quedando en los balcones y protegiendo a un par de enamorados que no encuentran lugar ni cama donde coger sin tanta culpa. Allí van entre gatos huérfanos y silencios de caminones que frenan obligados por luces cambiantes que nos llevan de un punto a otro, tan cómplices pero tan lejos de aquel donde habitan mis ganas y sueños con promesa por cumplir. Mientras vos dormís en el cuarto de enfrente sonriéndome a la cercanía de siete pulsaciones.
Las cosas se van diciendo cuando el alma sale a quemarse con lo helado o a freírse bajo el sol cada vez más vengador y menos enamoradizo en estas fechas de tantita lluvia dispersa y un verano que ocupa el otro lado del mar. ¡Mirá, ponéme atención!, grita alguien por la ventana y la música suena más de lo normal porque ahora el ritual requiere un vals suelto pero romántico sin piedad a equivocarse o talvez fallar mientras ambos caen al borde de tanta emoción, miradas y turrón barato que cubre las paredes del viejo cuarto con dos salidas.
Porque nadie me dijo que un día cualquiera iba a llegar, nadie te explico y sin remedio nos sostenemos con la imaginación, turrón seco para contigo pasear entre los sentimientos, ésos que guían más que conducen, cariño. Así es, me contestaste muy quedo al oído.
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