El sol lleva varios días sin asomarse, con las laderas cubiertas de plástico negro y la bruma helando hasta los huesos, la población despierta y resiste ante el clima, la pobreza y la incomunicación a pesar de estar a dos horas de la ciudad.
El sistema los ignora. Ahora ellos y ellas también, por necesidad algunas veces y por precaución, la mayoría. Organizados/as, sabiéndose de memoria las necesidades de cada integrante, marcha en resistencia para sobrevivir. Cada mañana revisan sus alrededores, enlistan los comestibles, verifican el agua potable que cada día es menos y chequean los débiles cables de energía eléctrica que se desplazan a través de un camino de terracería, lodo y un puente provisional, que lleva más de dos años sin ser atendido.
La inconformidad no habita en el lugar, hombro a hombro, hombres y mujeres, se han especializado en ciertos oficios, sin olvidar la importancia del otro y otra, tejen su historia entre medicina alternativa, comadronas, educación trilingue deficiente y una computadora con internet, que una de las compañeras está aprendiendo a utilizar.
Los días son cortos, aseguran. Las obras avazan poco a poco con ayuda de todos/as. Pero sobre todo, creen que pronto saldrá el sol y la bruma ya no traerá más enfermedades.
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