Pequeñas ranuras se abren en las superficies. La ausencia hace que todo se expanda y permita que el llanto se cuele sin tregua en cualquier esquina de la ciudad. Saber que sin anuncio los huesos se quiebran y los sentimientos se enredan en las manos evitándonos avanzar frente a la vitrina con anaqueles llenos de reflejos pasajeros. El buscar se hace y a veces se logra alcanzar aquellos pequeños sueños que nos llegan entre la mirada y el corazón.
Dormir se ha vuelto la consigna, la estrategia que se ha entablado para nadar entre las aguas de la tristeza y las interrogantes que no se desean atender, no por ahora o quizás la suerte haga su trabajo empujándolas lejos de todo, incluso de vos. La gente en silencio camina dentro de las veredas, los carros avanzan con cierto miedo entre manchas naranjas motorizadas y el tiempo juega a bailes de tango con la muerte. Algo así pasan las horas, los días llegan al final de la jornada como estrellas fugaces y un par de parejas discuten frente a mi puerta, hablándose de esos restos de amor que se dan.
Porque sin querer volvimos a querernos sin saber para qué, como una pulsación nos llevamos a las orillas sin pena y sin gloria, acusándonos de los días llenos de ausencia y noches silenciosas de palabras sueltas.
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