El polvo me entra en los ojos, constantemente me repito que no lo debo hacer. Los pensamientos se hicieron pedacitos, llevo un par de meses sacándolos de la habitación. El sol es fuerte y alto, las nubes se las llevó el viento al otro lado del planeta. Acá todo es claro, azul y radiante, tanto que da felicidad y se siente una dolida por no poderse incorporar a esa masa de éxtasis de buena suerte. Luego de recorrer varios kilómetros todo éso pasa y entonces el sentimiento se enlaza con el mio.
Cada rincón fue borrado, ahora todo son restos de lo que noches enteras se habla para no olvidar y seguir reconociéndose a pesar de la realidad que acampa fuera de la carpa. El tiempo pasa lento, impulsa las piedras y a cuenta gotas aclara el agua que es un fango de suspiros que muchas veces ignoro y no se escuchan dentro de mi burbuja. La puerta cruje, al mismo tiempo ella y yo despertamos y como gatas abrimos los ojos para ver si las cosas siguien pegadas en nuestras paredes. El miedo nos tiene sitiadas.
Ella juega con la imaginación, construye miles de casitas con láminas de colores, mueven los recuerdos para empapelar las paredes y abre los ojos de todos y todas para hacerles ver que se sigue vivos. Éso me dijo en la última carta que amaneció sobre la repisa al lado de las que a diario le mando con imágenes robadas de esta aburrida ciudad. Ninguna se extraña, sentirse acompañada a la distancia nos es suficiente. Cada una avanza en el mismo cuadro de tierra, el mundo gira y bajo la sombra de algún arbol platicamos de lo que ocurre durante el día.
Pronto todo va a ser olvidado, le confesé. Ella lo sabe y llora en silencio. Quisiera volver y ella regresar. Cada verbo sigue doliendo y los versos se quedan atrapados entre el alambrado sin electricidad. Cierro los ojos, el polvo y las luces Led me hacen dejar de llorar.
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