Aquí, allá, en
cualquier lugar, pero sé que fue en caminos de piedrín y luces neon. Llevaba años sin pensar en ese escenario tan
extraño, donde no se llega a ninguna parte pero los colores son hermosos, tan
lindos que se sienten como besos robados e inesperados. Ya los pasillos se ensancharon y el viaje
terminó en paralelo entre ruido y gritos del próximo pasaje al punto de partida
para el resto.
Lo tengo todo tan
presente, con tanta frescura que sé que la sonrisa no me logró salir y hoy no
es la excepción. Sólo escucho todavía el
sonido del ventilador, el aire que empuja todo y las preguntas que se enredan
en los aparadores de pan de queso y voces que ofrecen curas, frescura y precios
en plena prostitución. Las ideas que
ahora tengo sobre aquello siguen siendo iguales, me sorprendo frente al espejo,
repitiéndomelas como ensayo de oratoria, es la nueva terapia que alguien por
allí me aconsejó. Enumerarlas sin parar
en un orden establecido y si me pongo retadora, aleatoriamente para probar mi
determinación sobre éstas, y que hice finalmente realidad luego de varios
intentos.
Aquellos tiempos,
lo digo sin vergüenza pero tampoco con juicio o anhelo. Todo ese recuerdo suena como aquella canción
en medio de una audiencia ausente y un par que por pura morbosidad saturaron
con imágenes el salón. La guitarra
suena, lo demás se anuló y con esfuerzo salieron versos robados, palabras
comerciales y nervios que se quedaron pegados en mis pies y me tomaron con
todas las ganas y fuerza que quise. Esa
noche trajo tantas cosas invisibles, tantas cosas que luego se tuvieron que
vender en la calle principal del mercado en un día cualquiera.
Hoy el recuerdo se
disuelve, mis ensayos diarios lo provocan y los gritos de lo que fue melodía,
lo cortaron en finas tiras que ahora se enredan en el alumbrado público y
etiquetan esas mañas que se mandaron hacer para la ocasión.
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