Esa noche se
despertó. Tratando de recordar lo que
había vivido o soñado, esa confusión de no saber que sucedió le aceleraba aun
más las pulsaciones y el sofoco le crispaba la piel, sin quererse mover empezó
a revisar la habitación, sentía como que un tornado había entrado en medio de
la noche a la habitación.
La puerta estaba
cerrada, con el seguro puesto y cada uno de los papeles de recordatorios
estaban pegados en su sitio. Los
afiches palorosa con frases dulces que tenía desde niña estaban colgados entre
tarjetas de aniversario, cumpleaños y esas fechas especiales, que se guardan
con tanta gana. El guardarropa intacto,
cada una de las blusas en perfecto estado, ordenadas por tonalidades y
combinadas de cierta manera con los pantalones y faldas colgadas al lado. Ella sabía que la perfección del ordenamiento
era una de sus debilidades, cosa que se repitió en ese instante de
revisión. La maqueta de collares y
aretes seguía bien colocada. El
computador aun con la pantalla encendida y las esencias de orquídeas bien
guardadas en las repisas de la pared. Todo
estaba en su lugar, tenía un mapa completo y todo respondía a éste.
Entonces el murmullo
del resto de excitación le hizo recordar lo que había sucedido. Las sábanas se empezaron a mover, el viento
frío de la temporada y la humedad de las paredes aumentó de un golpe, cuando la
ventana se abrió rítmicamente con las sábanas.
Sin fuerza la cama se movió, giró millones de veces. Ella en un trance erótico y complaciente
empezó a quitarse la ropa, los besos de la oscuridad la invadieron, sus manos
respondían al instinto y entre frases cortadas era guiada sin resistencia. Abría los ojos, los volvía a cerrar sin
éxito, los colores le habían nublado la vista, la piel se le erizaba y las
salivaciones la hidrataban desde adentro hasta cada rincón de la habitación,
con los brazos abiertos, jugaba en esa inmensidad que sólo la dejaba morder y a
breves lapsos escuchaba palabras suaves con movimientos de caderas.
No había necesidad
de que se detuviera, que la velocidad cambiara o que simplemente la acariciaran
más, como una lectura inmediata todos sus deseos eran gradualmente realizados y
ella bajo una lógica de seducción respondía a esa energía amante que llevaba
tiempo deseando, y horas disfrutando. La
atmósfera llena de calor, empañados los vidrios, todo replegado, restos de
sangre en los labios y las manos que memorizan pero animan, la hicieron llorar
en silencio. En ese momento agradeció
que la oscuridad evitara verse y poder ahogarse entre los gemidos y jadeos de
los que ahora tenía dentro y la hacia pedazos envolventes, sin querer una
tregua. Tuvo que cerrar los ojos,
necesitaba normalizar un poco la respiración, abrió los puños y soltó los
cabellos que tenía enredados en las piernas. Voltio como respuesta de un
reflejo, para quedarse entonces con una tensión dulce en la boca.
Encendió la luz, ya
con más calma. Ve las sábanas en el
suelo y los restos de ropa sobre la mesa de noche, con una sola mano se recorre
el cuerpo, prueba el aire quedado de la habitación y sin dudarlo, sabe que fui
yo. Cierra la ventana y sonríe, sin
poner el seguro.
Se recuesta, faltan 45 minutos para que suene el despertador.
Se recuesta, faltan 45 minutos para que suene el despertador.
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