Con un bisturí, te partí en dos. Suave, lento y sin apuros, los tejidos empezaron abrirse. Vos sonreías, y mientras trataba de concentrarme, me jugabas bromas para distraerme. Me alborotabas el cabello, hablabas de esos detalles que descuido y que tantas veces mencionas que no te gustan. Me detuve, el reloj y otros pasados se me enredaban en los dedos impidiéndome mi labor.
El momento era el ideal. La enfermedad de deseo nos había tomado y la habitación había sido construída para la ocasión. Bajo una seducción, aceptamos hasta terminar acá. Pasamos días soñando este momento, nos contemplábamos a la distancia, sabiendo lo que queríamos y que sin palabras iniciamos. Vos dejándote, yo comprendiéndote con ciertas dósis de miedos sin ganas de desgarrar. Luego de un rato, dejaste de prestarme atención y con los ojos entreabiertos me pintabas paisajes desde dentro. La racionalidad, me tenía sitiada y con impulsos traspasaba tus sueños llenos de nubes con forma de libélulas tecnicolores.
La neblina bajo, la oscuridad se coló por los vacíos y el silencio acabó con el sonido. Fue justo allí, que me solté, puse el bisturí sobre la mesa de té y de un único salto supe que era nuestro final. Abriste los ojos, sin pensamientos me prometiste tanto y de a poco me comiste, a la orilla del buró y al lado de la cafetera italiana.
Al terminarme, escondiste el reloj detrás del sillón, y mis pasados ahora los llevás encarnados en las uñas. Ésas que pintas con aerosol barato.
La neblina bajo, la oscuridad se coló por los vacíos y el silencio acabó con el sonido. Fue justo allí, que me solté, puse el bisturí sobre la mesa de té y de un único salto supe que era nuestro final. Abriste los ojos, sin pensamientos me prometiste tanto y de a poco me comiste, a la orilla del buró y al lado de la cafetera italiana.
Al terminarme, escondiste el reloj detrás del sillón, y mis pasados ahora los llevás encarnados en las uñas. Ésas que pintas con aerosol barato.