Sin tanto prejuicio, morbo y fijación me desvisto. Algunas voltean y a veces también lo hago. Cuando sucede es más reflejo, que gana de hacerlo, pero cuando ocurre me gusta ver los cuerpos ajenos, desatendidos y vivos ante la reacción de encontrarse frente a las miradas perdidas, el aire fresco y esa luz cegadora de los azulejos contra los espejos.
El olor a cloro, no logra distraerme de las curvas que se asentúan, las pieles que reaccionan tensándose por el ambiente, y ver como muchas disfrutan/sufren ese tiempo corto o largo que en cierto momento compartimos. Algunas se detienen a platicar, otras se cubren con la mirada al suelo y muchas disfrutamos de cierta medida esa confianza y complicidad pasajera que vivos.
Las toallas son los escudos por excelencia, los silencios incómodos ante una pregunta completan el lugar, pero sobre todo, al momento de reencontrarnos a la orilla del agua fresca, todas nos sonreímos de una forma extraña, deseando que no nos recuerden y menos, desnudas.
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