Últimamente todo ha pasado de noche. Ahora que lo pienso quisiera algo a plena luz del día. Un día donde las nubes estén untadas en ciertas partes, el celeste del cielo se pueda respirar y el sol dore rico la piel. Sin tiempo que marque su fin. Quedarme suavizándome el corazón sobre algún tejado y ver como las hojas se mueven entre partículas y mensajes invisibles que cruzan todo el planeta. Dedicar un par de canciones cursis que aunque me niegue, me hacen bailar con los brazos abiertos.
Se dejen caer los pájaros sabiendo que no habrá oscuridad que les obligue esconderse, formen círculos de aire perfumado y rompan esos tumultos de nubes sueltas. Nada más importa. Todo se imagina y como algo armónico la luna despierte al fondo de las montañas repletas de luces ajenas y sin dudarlo todo se refleje en ella. Mares de agua salada humedezcan las orillas de mi conciencia, se viertan en pequeños canales el agua helada y me lleven al otro lado de las constancias y sueños aislados.
Todo ocurriría allí sin tanto empujarme, cada cosa en su sitio.