El sitio lleno de carjacadas, palabras sin sentido y rostros perdidos entre pensamientos íntimos. Salí, sin mediar palabra, me llené la boca con un golpe de cerveza y entre intentos de enfoque, saqué un cigarro de un bolsillo ajeno.
Esta vez las luces de la noche me sedujeron, me recosté en el baúl de un auto rayado. Los semáforos allí, puestos del mismo lado y con una sincronización exacta, casi por milésimas de segundo titilaban y cambiaban de color. Las paredes llenas de pintas y sombras que rebotaban impulsadas por el sonido del bar, mis pensamientos y las bocanadas de tabaco podrido que me salían por los poros.
Me puse a divagar, en la mierda que últimamente ando, en ese nudo de llanto que hasta el amarillo titilante me invita a sacar, y las ganas de gritarme que es paja éso que me digo todas las mañanas frente al espejo. Entonces empecé a desear, supe que lo que realmente necesitaba era una especie de golpe, seco, sin aviso y a quemarropa, como esos shock eléctricos que dan en los hospitales. Así podría reaccionar, despertar de la tristeza y poder entonces sanarme con un poco de saliva y lágrimas los pensamientos. La cerveza se me empezó a caer, el vaso se balanceó y yo a media calle sintiendo el frío calarme las lágrimas, que intentaba ocultar.
Sin siquiera haber terminado de maquinar mi deseo y la obra teatral de mi resurgimiento, sonó el golpe, justo que había imaginado a menos de treinta metros de distancia. Me empiné lo último del vaso, me quemé los dedos con el resto del cigarro y con cierta confusión entré de nuevo al bar, sin mediar palabra.
Instantes después, una ambulancia pasó vacía, y el cuidacarros hablaba de un cuerpo muerto muy cerca de allí.
Alguien me contestó, me dijeron por allí.
Instantes después, una ambulancia pasó vacía, y el cuidacarros hablaba de un cuerpo muerto muy cerca de allí.
Alguien me contestó, me dijeron por allí.